Boruca es el pueblo del arte indígena por excelencia, donde en cada casa hay al menos un artesano. Está situado a 30 km de la entrada principal a Buenos Aires y cerca del 80% de la comunidad depende de la artesanía como medio de subsistencia.
Ellos se organizan, algunos mediante asociaciones culturales y una gran mayoría son independientes que trabajan en sus talleres familiares.
En el pleno centro de esa comunidad, máscaras de diversos diseños, arcos, tambores, jícaras y hasta bolsos tejidos se exhiben en el Museo de Artesanos La Flor. Un fogón y hasta fotografías de hace más de 4 décadas nos muestran el Boruca del ayer.
Por otra parte, la Asociación “La Flor” es la organización que actualmente administra el Museo Comunitario de Boruca. Antes solo lo visitaban estadounidenses, pero ahora cada vez son más los europeos que llegan. Los ingresos que captan, se reparten entre los socios y ellos lo distribuyen en el pueblo para la compra de materiales o lo que se necesite.
Los colores y diseños de las máscaras se roban las miradas de quien pasa frente a ellas. La elaboración de cada máscara lleva intensas jornadas de trabajo, ya que se hace manualmente, sin máquinas ni sierras. La talla de máscaras es una tradición que aprenden desde temprana edad.
Ellos se organizan, algunos mediante asociaciones culturales y una gran mayoría son independientes que trabajan en sus talleres familiares.
En el pleno centro de esa comunidad, máscaras de diversos diseños, arcos, tambores, jícaras y hasta bolsos tejidos se exhiben en el Museo de Artesanos La Flor. Un fogón y hasta fotografías de hace más de 4 décadas nos muestran el Boruca del ayer.
Por otra parte, la Asociación “La Flor” es la organización que actualmente administra el Museo Comunitario de Boruca. Antes solo lo visitaban estadounidenses, pero ahora cada vez son más los europeos que llegan. Los ingresos que captan, se reparten entre los socios y ellos lo distribuyen en el pueblo para la compra de materiales o lo que se necesite.
Los colores y diseños de las máscaras se roban las miradas de quien pasa frente a ellas. La elaboración de cada máscara lleva intensas jornadas de trabajo, ya que se hace manualmente, sin máquinas ni sierras. La talla de máscaras es una tradición que aprenden desde temprana edad.
Para finales de diciembre con la celebración de la Fiesta de los Diablitos, la venta aumenta de manera considerable.